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Aprender a transitar el dolor


“El dolor es parte esencial de la vida”, nos dice Stella Maris Maruso en su libro El laboratorio interior, y ella puede comprobarlo a diario en la Fundación Salud donde personas gravemente enfermas concurren para sanar su cuerpo y su mente.


Con el Centro de Asistencia al Suicida también se conectan personas en medio un intenso dolor emocional, en muchos casos, tan agudo que las hace pensar en el suicidio. No quieren morir, lo que quieren es que ese dolor se detenga, pero no saben cómo.


Todos conocemos el dolor emocional en algún grado porque todos hemos sufrido pérdidas. El dolor es parte de un proceso natural al que llamamos duelo que nos permite adaptarnos a las pérdidas; pero no nos prepararon para esto, no nos enseñaron a transitar el dolor. Cuando éramos chicos nuestros padres nos decían “no llores” e intentaban distraernos para que no nos conectáramos con el dolor. Luego la publicidad y la televisión nos mostraron modelos de gente eternamente feliz y los libros de autoayuda nos dijeron que “nacimos para ser felices” o que “la felicidad es nuestro estado natural”. Llegamos a pensar que el dolor es una anomalía, algo que no debería estar allí; y nuestras amistades nos lo confirman continuamente publicando solo sus momentos felices en las redes sociales. Por eso, cuando sufrimos una pérdida, ya sea de un ser querido, de una relación, de nuestro trabajo, en nuestra economía o en nuestro estado de salud, y nos enfrentamos al dolor, no estamos dispuestos a aceptarlo.


Stella Maris nos advierte que “hay creencias que construyen salud y otras que la destruyen. Entre estas últimas se encuentra una muy arraigada en la mayoría de nosotros: la que sostiene que el dolor debería desaparecer de nuestras vidas”.


Cuando una persona llama al Centro de Asistencia al Suicida, muchas veces espera que el voluntario alivie su dolor, y esto con frecuencia ocurre al menos por un rato (hablar casi siempre ayuda). Pero más importante es que pueda reflexionar sobre la mejor manera de transitar su dolor.


Stella Maris nos advierte de las formas perjudiciales de enfrentarnos al dolor: negarlo (“aquí no pasó nada”, “no importa”, “hay que seguir adelante”), pelear con el dolor (“esto no puede estar pasando”, “por qué a mí”) o agregarle sufrimiento al castigarnos por sentir dolor (“que hice para merecer esto”, “en qué me equivoqué”. Y también nos dice que “cuando nos abrimos al dolor con toda nuestra humanidad y nos rendimos ante él, el mismo dolor nos sana al punto de trascenderlo”.


Por eso, en nuestra Línea de Asistencia al Suicida intentamos aliviar el dolor desde la escucha, la contención y el acompañamiento, pero no lo ignoramos o lo dejamos a un lado sino más bien lo permitimos. Nuestra tarea es la de devolverle a quien nos llama los permisos que nuestra cultura le negó: el permiso para estar triste, el permiso para llorar y el permiso para sentirse débil y buscar ayuda; en el convencimiento de que dolor y felicidad son ciclos naturales en nuestras vidas y que uno no es posible sin el otro como el día no es posible sin la noche. Y con la esperanza de que el sol volverá a salir y volverán a florecer las ganas de vivir.

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