top of page
Orientacion para profesionales.jpg

Orientación para profesionales de la salud mental en la prevención del suicidio

Como hemos expresado en otras páginas de este sitio, el suicidio es una tragedia de tal magnitud y sus raíces calan tan profundamente en el tejido social que su prevención no puede quedar solo en manos de los profesionales de la salud mental, pero es indudable que los psicólogos y psiquiatras tienen, por su formación y por su rol social, una posición destacada en la red de contención que entre todos deberíamos articular para lograr una prevención del suicidio efectiva.

Este breve documento no pretende  reemplazar la formación y la pericia que cada profesional pueda tener sobre el tema ni interferir en su orientación metodológica o en los planes de tratamiento de sus pacientes, sino, simplemente, hacer hincapié en algunas cuestiones que podrían pasar desapercibidas o no prestársele suficiente atención. Las mismas se basan en nuestra experiencia de escucha telefónica a lo largo de más de 50 años.

El suicidio y el pensamiento suicida son más frecuentes de lo que se cree

 

De acuerdo a los datos del Ministerio de Salud para el año 2018, más del 2% de todas las muertes que ocurren en nuestro país son a causa de suicidio o eventos de intencionalidad no determinada, y la incidencia es mucho mayor en personas con trastornos mentales diagnosticados, por lo que es muy probable que al menos dos de cada 100 pacientes que ingresen a un consultorio de un psicólogo o un psiquiatra mueran a causa de suicidio. Es más, los suicidios consumados son solo la punta visible del inmenso iceberg que representa al pensamiento suicida o a las fantasías de muerte. De acuerdo a estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, por cada suicidio consumado hay al menos 20 intentos y son muchas más las personas que en algún momento llegan a pensar seriamente en el suicidio sin llegar nunca a intentarlo, por lo que no es exagerado estimar que al menos la mitad de los pacientes piensa, pensó o pensará en el suicidio. No mencionamos estos datos para generar alarma sino para concientizar sobre la magnitud del problema, ya que creemos que solo desde el conocimiento y la evidencia la prevención efectiva es posible.

El suicidio de un paciente es una probabilidad cierta, por lo que la prevención del suicidio, debe ser parte integrada del tratamiento.

El pensamiento suicida es vergonzante y atemorizante

Socialmente, el pensamiento suicida, la enfermedad mental e incluso el dolor emocional son vistos como signos de debilidad o ineptitud por lo que es frecuente que se los oculte. Y mucho hay que seguir haciendo para cambiar estos prejuicios, y los paradigmas limitantes, para poder acompañar mejor todo lo referido a Salud Mental. El consultorio del profesional de la salud mental brinda el ambiente de confidencialidad y profesionalismo en el que supuestamente se puede hablar de estos temas, pero el estigma del suicidio es tan fuerte que la cuestión suele eludirse incluso ante preguntas muy directas. Si el paciente sospecha que hablar del suicidio podría ocasionar que el profesional proponga su internación compulsiva, se sienta relevado de su compromiso de confidencialidad o decida no continuar tratándolo, la resistencia puede ser mucho mayor.

Por otra parte, hablar del suicidio nos enfrenta con nuestra propia finitud, no en un futuro lejano, sino ahora mismo. Pensar en provocarse la muerte requiere un proceso previo, poner esos pensamientos en palabras podría ser mucho más difícil. (¿?)

Por todo lo dicho, hablar del tema del suicidio en el consultorio podría requerir que previamente se construya un ambiente receptivo y un sólido vínculo de confianza mutua entre el profesional y el paciente.

Hablar sobre el tema del suicidio puede ser necesario

Podemos distinguir aquí tres situaciones:

  1. Cuando el paciente no trae el tema del suicidio ni manifiesta signo alguno que permita al profesional sospechar la existencia de pensamientos suicidas o fantasías de muerte.

  2. Cuando el paciente no trae el tema del suicidio pero manifiesta alguna conducta o expresión que permita al profesional sospechar la existencia de pensamientos suicidas o fantasías de muerte.

  3. Cuando el paciente trae el tema del suicidio, o bien el pensamiento suicida o las fantasías de muerte se vuelven evidentes durante el tratamiento en los casos anteriores.

 

No siempre es necesario que el profesional hable del suicidio, pero en todos los casos es importante que se genere el ambiente de confianza y receptividad necesaria para que el tema del suicidio pueda surgir. Cuando las cuestiones del suicidio o la fantasía de muerte aparecen, el profesional debe estar preparado para tratarlas dándole la centralidad y la profundidad que merecen. Es importante aclarar esto porque los profesionales somos seres humanos y el estigma social del suicidio también nos atraviesa. Algunos profesionales sienten que no pueden abordarlo y buscan colegas para derivar al paciente o bien pueden sentir  miedo de que si hablan del suicidio, de algún modo estén induciendo al paciente a cometerlo. Sin embargo, todas las organizaciones dedicadas a la prevención del suicidio coinciden en que hablar del suicidio, especialmente con una persona que ya tiene pensamientos suicidas, no induce al suicidio, y que, por el contrario, puede ser la oportunidad para iniciar el camino de la recuperación, y permite las condiciones para poder abordar y enfrentar los pensamientos suicidas.

La necesidad de hablar del tema del suicidio y la mejor forma de que el tema ingrese a la terapia dependerá de las situaciones antes mencionadas. Si bien el pensamiento suicida o las fantasías de muerte no son patologías, por analogía con la prevención de enfermedades, nos referiremos a estas tres situaciones como prevención primaria, secundaria y terciaria, cuyos objetivos principales son diferentes. La prevención primaria comprende al total de la población y su objetivo básico es poner la mirada sobre la reducción de los factores de riesgo y la promoción de los factores protectores. La prevención secundaria se refiere al diagnóstico e intervención primaria, y requiere del profesional que esté atento a expresiones, frases ambiguas, metáforas y actitudes que podrían ser indicios de pensamientos suicidas o fantasías de muerte. Y la prevención terciaria se refiere al tratamiento específico cuando los pensamientos suicidas o las fantasías de muerte fueron exteriorizadas y se pudo hacer una evaluación de la profundidad de los mismos.

Prevención primaria del suicidio en el consultorio

Independientemente de cual o cuales fueron los motivos que llevaron al paciente a iniciar un tratamiento, el objetivo del mismo siembre deberá ser su mayor bienestar. Como veremos, esto no es incompatible con la prevención primaria del suicidio por lo que está podrá incluirse de manera integrada en cualquier tratamiento.

El suicidio es un riesgo cierto y significativo para toda la población, pero diversos estudios muestran que determinadas condiciones o circunstancias de vida pueden aumentar o reducir ese riesgo. A las condiciones o circunstancias que elevan el riesgo de suicidio se las denomina factores de riesgo de la conducta suicida y a las que lo reducen, factores protectores de la conducta suicida. Cabe señalar que los “factores de riesgo” y “factores protectores” son conceptos estadísticos que se estudian a nivel de poblaciones, por lo que de ningún modo pueden considerarse como determinantes al nivel individual de cada paciente. Ni la presencia de factores de riesgo es condenatoria ni su ausencia o la presencia de factores protectores otorgan una inmunidad frente a la conducta suicida; lo que sí podemos asegurar es que para cada paciente la promoción de los factores protectores y la reducción de los factores de riesgo reducirá la probabilidad de que en algún momento de su vida tenga fantasías de muerte, pensamientos auto lesivos o incurra en conductas suicidas. Y ese es el objetivo de la prevención primaria de la conducta suicida.

Algunos autores clasifican los factores protectores o de riesgo en modificables o inmodificables, sin embargo, aunque algunas situaciones como la muerte por suicidio de un familiar cercano son claramente inmodificables, siempre es posible trabajar en la elaboración del duelo para que el sujeto pueda reinterpretar y resignificar el hecho, con lo cual, si bien la circunstancia biográfica no cambia, si lo hace su peso específico como factor de riesgo.

Factores protectores de la conducta suicida

Los factores protectores que menciona la Organización Mundial de la Salud son los siguientes:

Patrones familiares:

· Buena relación con los miembros de la familia:

· Apoyo de la familia;

Patrones del estilo cognitivo y personalidad:

· Buenas habilidades sociales;

· Confianza en sí mismo, en su propia situación y logros;

· Búsqueda de ayuda cuando surgen dificultades, por ejemplo, en el trabajo escolar;

· Búsqueda de consejo cuando hay que elegir opciones importantes;

· Receptividad hacia las experiencias y soluciones de otras personas;

· Receptividad hacia conocimientos nuevos.

Factores culturales y sociodemográficos:           

· Integración social, por ejemplo participación en deportes, asociaciones religiosas, clubes y otras actividades;

· Buenas relaciones con sus compañeros;

· Buenas relaciones con sus profesores y otros adultos;

· Apoyo de personas relevantes.

Esta lista es solo orientativa, en general, cualquier circunstancia, habilidad o estrategia que sirva para mejorar la integración social a grupos de pertenencia, la flexibilidad en la resolución de problemas, la facilidad de adaptación a situaciones nuevas y la actitud positiva frente a los desafíos de la vida puede considerarse como factor protector.

Factores de riesgo de la conducta suicida

 

Los factores de riesgo que menciona la Organización Mundial de la Salud son los siguientes:

Factores culturales y sociodemográficos:

·Bajo estatus socioeconómico

·Bajo nivel educativo

·Desempleo en la familia.

·Familias inmigrantes de culturas diferentes a las del país receptor

·Discriminación racial, religiosa o de otra índole.

Patrones familiares y eventos negativos durante la niñez:

· Psicopatología de los padres con presencia de desórdenes psiquiátricos en particular emocionales;

· Abuso de alcohol y sustancias, o comportamiento antisocial en la familia;

· Antecedentes familiares de suicidios e intentos de suicidio;

· Familia violenta y abusiva (incluyendo abusos físicos y sexuales del niño);

· Escaso cuidado provisto por los padres o cuidadores con poca comunicación dentro de la familia;

· Peleas frecuentes entre los padres o cuidadores con agresión y tensiones;

· Divorcio, separación o muerte de los padres o cuidadores;

· Mudanzas frecuentes a áreas residenciales diferentes;

· Expectativas demasiado altas o demasiado bajas por parte de los padres o cuidadores;

· Padres o cuidadores con autoridad excesiva o inadecuada;

· Falta de tiempo de los padres para observar y tratar los problemas de aflicción emocional de los jóvenes y un ambiente emocional negativo con rasgos de rechazo o descuido;

· Rigidez familiar.

Estilo cognitivo y personalidad:

· Humor inestable, enojo o agresividad;

· Comportamiento antisocial;

· Conductas irreales, representación de fantasías;

· Alta impulsividad;

· Irritabilidad;

· Rigidez de pensamiento y al cumplir con patrones;

· Escasa habilidad de solución de problemas frente a las dificultades;

· Inhabilidad para entender la realidad;

· Tendencia a vivir en un mundo ilusorio;

· Fantasías de grandeza alternando con sentimientos de desvalorización; · se defrauda fácilmente;

· Ansiedad excesiva frente a pequeños malestares físicos o pequeñas decepciones;

· Petulancia; · sentimientos de inferioridad y de incertidumbre que se esconden bajo manifestaciones abiertas de superioridad, comportamiento provocador o de rechazo hacia los compañeros y adultos incluyendo a los padres;

· Incertidumbre con relación a la identidad de género u orientación sexual;  

· Relaciones ambivalentes con los padres, otros adultos y amigos.

Trastornos psiquiátricos:

·Depresión  (La combinación de los síntomas depresivos y comportamiento antisocial ha sido descrita como el antecedente más común del suicidio en los adolescentes)

·Trastornos de ansiedad (Según los hallazgos, se muestra una correlación consistente entre los trastornos de ansiedad y los intentos de suicidio en los varones, mientras que esta asociación es más débil en las mujeres)

·Abuso de alcohol y drogas;

·Trastornos alimentarios (Las jóvenes anoréxicas sucumben frecuentemente a la depresión y el riesgo de suicidio es 20 veces mayor que para los jóvenes en general;

·Trastornos psicóticos.

Acontecimientos negativos de la vida cotidiana:

· Situaciones que pueden ser experimentadas como daño o agravio

· Problemas familiares;

· Separación de los amigos, de la pareja, de los compañeros de clase, etc.;

· Muerte de una persona querida u otra persona importante;

· Término de una relación amorosa;

· Conflictos interpersonales o pérdidas; · problemas legales o disciplinarios;

· Presión del grupo de compañeros o aceptación autodestructiva por parte de los mismos;

· Sometimiento y victimización;

· Decepción con los resultados escolares y fracaso en los estudios;

· Altas exigencias en el colegio durante los períodos de exámenes;

· Falta de empleo y problemas económicos;

· Embarazo no deseado, aborto;

· Infección con VIH u otras enfermedades de trasmisión sexual;

· Enfermedad física grave;

· Desastres naturales.

Como en el caso de los factores protectores, esta lista no es exhaustiva. Cualquier situación o condición que genere sufrimiento emocional, especialmente cuando el sujeto ve esa situación o condición como irreversible o que no tiene solución o no se siente capaz de encontrarle una salida puede ser considerado como un factor de riesgo.

Prevención secundaria de la conducta suicida

Como dijimos antes, con prevención secundaria nos referimos a un proceso de diagnóstico tendiente a establecer la gravedad y frecuencia de los pensamientos suicidas o las fantasías de muerte. Si bien la prevención secundaria en su conjunto no es aplicable a todos los pacientes, sí es importante prestar atención a todos ellos en busca de expresiones ambiguas o acciones de intencionalidad dudosa que pudieran estar indicando la presencia de pensamientos suicidas o fantasías de muerte. Cuando estas expresiones o actitudes aparecen no hay que dejarlas pasar, sino seguir preguntando hasta que la cuestión quede completamente aclarada, y al hacerlo siempre es mejor usar preguntas abiertas para no contaminar las respuestas del paciente con nuestras suposiciones. Por ejemplo, si el paciente dice "me quería matar", podría tratarse de una frase hecha que se usa coloquialmente para indicar sorpresa negativa y frustración, o puede estar diciendo que literalmente pensó en matarse, la única forma de saberlo es preguntar: "qué quisiste decir";  si dice "Ya no me dan ganas de seguir" se abren varios interrogantes: "¿seguir con qué?", "¿qué seria no seguir?", "¿en qué pensás concretamente?" No debemos esperar que el paciente hable espontáneamente de sus pensamientos suicidas o sus fantasías de muerte, puede ser que esto en algunos casos ocurra, pero en general se impone el miedo y la vergüenza. Tampoco es conveniente forzar al paciente a que acepte nuestras suposiciones, por eso siempre es mejor invitarlo a que él hable sobre el tema guiándolo con preguntas abiertas. Sin embargo, cuando el rechazo al tema del suicidio es muy fuerte y el paciente busca continuamente eludir las preguntas con respuestas ambiguas, la pregunta directa puede ser necesaria: "¿Me estás diciendo que estuviste pensando en suicidarte?", o bien  “¿pensaste en quitarte la vida?”.

Una vez que la presencia de fantasías de muerte o  pensamientos suicidas es detectada, lo que queda por indagar es la profundidad, la frecuencia y la determinación de estas ideas. Esto es importante para evaluar el riesgo y elegir el camino a seguir. En primer lugar debemos distinguir entre fantasías de muerte y pensamientos suicidas; y luego distinguir si los pensamientos suicidas son difusos e inconexos o conforman un plan medianamente concreto. Para poder averiguar esto es importante que el vínculo de confianza mutua entre el profesional y el paciente sea sólido y estable. El paciente debe estar convencido que la intención del profesional es ayudar y el profesional debe confiar en que el paciente está buscando ayuda. Solo desde este convencimiento mutuo la asistencia es posible.

Llamamos fantasías de muerte a la idea consciente o no de que la muerte podría representar una solución válida a los problemas y la manera más eficaz de terminar con el sufrimiento. El sujeto que experimenta fantasías de muerte tal vez no contempla la idea del suicidio, pero puede llegar desear o al menos resultarle indiferente que una enfermedad o un accidente termine con su vida. Las fantasías de muerte son peligrosas, no solo porque fácilmente podrían evolucionar en pensamientos suicidas sino porque el sujeto que crónicamente experimenta fantasías de muerte podría no cuidar correctamente de su vida o su integridad física; por ejemplo, no hacerse controles médicos necesarios, descuidar tratamientos, manejar o cruzar la calle en forma temeraria y no prestar atención a las normas de seguridad. Estas acciones, a su vez, podrían ser indicios de que existen fantasías de muerte, otros indicios son frases como: “quisiera dormirme y no despertar más”, “qué importa si me muero”, “van a estar mejor sin mí” u otras por el estilo. Las fantasías de muerte pueden generar temor a quien las experimenta por primera vez, pero con el tiempo, el sujeto se va “amigando” con ellas, lo que las hace más peligrosas.

Cuando las fantasías de muerte y el sufrimiento emocional que las alimenta se prolongan en el tiempo, puede surgir en el sujeto la idea de tomar un rol activo provocando su propia muerte. No siempre estos pensamientos se traducen en hechos concretos, el sujeto que los experimenta puede tener ideas fugaces, por ejemplo al ver un balcón se imagina tirándose o al tomar una medicación imagina tragar la caja entera, pero no se anima, la muerte o las posibles consecuencias de un suicidio fallido siguen produciendo demasiado miedo para ponerlo en práctica, y esto brinda una protección adicional por un tiempo, pero si este proceso continúa o se produjera un desencadenante suficientemente intenso el intento de suicidio es posible, por lo que la aparición de pensamientos suicidas claramente representa un riesgo mayor.

La progresión natural de este proceso si no se detiene es que el sujeto, paulatinamente, va perdiendo el miedo a la muerte, y si además su sufrimiento emocional continúa o aumenta y siente que no encuentra alternativas puede comenzar a elaborar un plan suicida. En este estadio, la decisión del suicidio está tomada, solo falta determinar cómo, cuándo y ultimar los detalles. No es extraño que al llegar a este punto se produzcan intentos fallidos, pero el primer intento puede ser fatal.

Los tres estadios del proceso suicida descriptos, fantasías de muerte, pensamientos suicidas y plan suicida, representan niveles crecientes de riesgo: bajo, medio y alto. La prevención secundaria de la conducta suicida consiste en identificar a las personas que pudieran estar en estas situaciones y en lo posible determinar el nivel de riesgo para saber cómo proceder.

Sin embargo, la prevención secundaria no tiene un objetivo puramente de diagnóstico. Si la indagación es llevada correctamente, es decir: buscando la conexión emocional con el paciente, respetando sus sentimientos, no juzgando sus conductas o sus actitudes y especialmente mostrando interés y preocupación por lo que le pasa, este primer encuentro con los pensamientos autodestructivos o las fantasías de muerte del otro puede tener, en sí mismo, un efecto positivo en la recuperación. Las personas que han llegado a experimentar pensamientos suicidas o fantasías de muerte suelen sentirse solas, aun estando acompañadas, llegan al convencimiento de que a nadie en el mundo le importa su sufrimiento o sus problemas. Descubrir que alguien se preocupa genuinamente por ellas no resuelve su situación pero puede ser un avance muy importante.

Prevención terciaria de la conducta suicida

La prevención primaria y secundaria de la conducta suicida no es privativa de los profesionales de salud mental; es más, para lograr una prevención efectiva es necesario que todos, o al menos una gran mayoría, estemos comprometidos con la prevención del suicidio en los distintos roles que ocupamos en el tejido social, como padres, familiares, amigos, docentes, entrenadores, fuerzas de seguridad, funcionarios, etc. Las circunstancias en que podemos interactuar con el otro y desde nuestro lugar promover factores protectores y alertar sobre factores de riesgo (prevención primaria) son innumerables. También son muchas nuestras oportunidades de escuchar y prestar atención a las actitudes o expresiones ambiguas que pudieran indicar fantasías de muerte o pensamientos suicidas (prevención secundaria). Poder identificar a las personas con fantasías de muerte o pensamientos suicidas y ofrecerle ayuda es un primer paso muy importante en su recuperación. Pero es solo el primer paso en un recorrido que suele ser muy largo. Lo ideal para el resto de este recorrido es contar con el acompañamiento del profesional de la salud mental.

Cuando hablamos de prevención terciaria nos referimos al tratamiento y la rehabilitación de una enfermedad o una discapacidad instalada; sin embargo, las fantasías de muerte, pensamientos suicidas o incluso intentos de suicidio no son enfermedades ni discapacidades en sí (aunque pueden estar relacionadas con ambas). El tratamiento igualmente es necesario ya que las condiciones descriptas no solo implican sufrimiento emocional sino riesgo cierto para la vida del paciente. No hablamos aquí de curación o rehabilitación sino de recuperación. Lo que el paciente necesita recuperar es el sentido de su vida. No se trata de solucionar todos sus problemas, no debemos caer en la lógica simplista de la cadena de causalidad problema – sufrimiento – suicidio. Muchísimas personas se enfrentan a problemas y padecen sufrimientos sin que estos impliquen fantasías de muerte o pensamientos suicidas, de alguna manera los enfrentan para defender aquello que interpretan como un bien mayor que es su propia vida.

En la persona con pensamientos suicidas coexiste además una personalidad abatida, que no se siente capaz de enfrentar sus problemas o a veces ni siquiera encuentra motivación para hacerlo porque el sentido de su vida en su conjunto se encuentra deshilachado. Utilizo adrede la palabra “deshilachada” para referirme a una metáfora con la que Viktor Frankl se refería a esta tarea paciente y casi artesanal de guiar a otros para que recuperen el sentido de sus vidas: “Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable”. En el proceso será necesario que el paciente resignifique y revalorice su historia, que eleve su autoestima, que recupere o mejore sus vínculos afectivos, que genere proyectos, que encuentre propósitos y que teja todo eso en una vida ordenada, coherente y satisfactoria. Una vida que merezca ser vivida y por la que valga la pena luchar, aceptar los desafíos y transitar los momentos de dolor.

Sin embargo, estos objetivos pueden ser válidos para el tratamiento de cualquier paciente, tenga o no fantasías de muerte o pensamientos suicidas. La diferencia en estos casos reside en los cuidados que deben guardar proporción con el riesgo percibido. Si bien el objetivo final de todo tratamiento es el bienestar del paciente, en el proceso pueden atravesarse etapas de angustia al traer al presente hechos traumáticos o asumir responsabilidades o comprender relaciones. Todo esto es inevitable, también para pacientes con riesgo de suicidio, lo que puede cambiar es el ritmo, la contención y el acompañamiento. En algunos casos, determinados progresos deberán retrasarse, y para esto es útil la evaluación del riesgo de la que hablamos antes.

En muchos casos puede ser necesario el uso de medicación para prevenir crisis de ansiedad, angustia y depresión que podrían desencadenar actos impulsivos y en algunos casos puede ser necesaria la internación del paciente. El riesgo suicida debe ser considerado al tomar decisiones de tratamiento como cambios en la medicación, internación y otras.

Condiciones necesarias para el tratamiento efectivo de una persona con ideación suicida

La recuperación de un paciente pon pensamientos suicidas durante un tratamiento va a depender de muchos factores, entre ellos, el grado de compromiso del paciente; pero hay ciertas condiciones básicas que el profesional tiene que asegurar para que el tratamiento resulte efectivo:

Crear de un espacio seguro:

 

El terapeuta tiene que crear un espacio seguro, de confianza, donde el paciente se sienta protegido, apoyado y recibir todos los permisos en la relación terapéutica para que pueda sentirse libre de ser él mismo.

Cuando el terapeuta crea este espacio también se está protegiendo él, y podrá superar más fácilmente todos los miedos que vayan surgiendo.

Actuar con profesionalismo:

 

Llamamos aquí profesionalismo a  la forma de desarrollar la actividad profesional con un total compromiso, mesura y responsabilidad, acorde a su formación específica y siguiendo las pautas preestablecidas. El profesionalismo es hacerse cargo; hacer bien lo que nos toca, y hacer más allá de lo que nos toca.

Actuar con compromiso:

El término compromiso hace referencia a un tipo de obligación o acuerdo que tiene un ser humano con otros ante un hecho o situación. Para algunos se trata de un valor, mientras que para otros es algo que se puede tomar o dejar ante cualquier hecho que se presente, es decir, se elige o no el asumir un compromiso. Sin embargo, desde la mirada de una persona con pensamientos suicidas, el compromiso que percibe en el profesional que lo trata podría representar en algún momento uno de los pocos hilos que lo atan al mundo, tal vez el único, por lo que el compromiso asumido y demostrado del profesional es de especial importancia en estos casos. El paciente debe sentir que al profesional le importa él como persona, que le preocupa su situación y que no lo abandonará.

Desvinculación terapéutica

Existen muchos motivos por los que el vínculo entre un paciente y el profesional que lo atiende puede verse interrumpido antes de que termine el tratamiento. En los casos de pacientes con fantasías de muerte o pensamientos suicidas, esta condición puede actuar en sí misma como desencadenante de la desvinculación. Muchos profesionales, por diversos motivos que no es necesario analizar aquí, prefieren no atender a pacientes con riesgo suicida. Algunas veces los pacientes son rechazados en la primera entrevista al poner de manifiesto sus fantasías de muerte o pensamientos suicidas; o bien el tratamiento se ve interrumpido abruptamente cuando lo hacen. No cuestionamos aquí el derecho de cada profesional de elegir sus pacientes, solamente resaltamos el efecto devastador que un rechazo más podría tener en una persona que ya padece fantasías de muerte o pensamientos suicidas. Por tal motivo, cuando se decida la desvinculación debe hacerse tomando los cuidados del caso. Será necesario explicar al paciente los motivos por los que no es posible seguir atendiéndolo o comenzar a hacerlo, haciendo hincapié en las propias limitaciones del profesional y no responsabilizando al paciente por sentimientos o pensamientos que no puede controlar, valorar sus progresos, valorar el hecho de que haya decidido pedir ayuda y brindarle alternativas para que pueda recibirla incentivándolo a que continúe el tratamiento con otro profesional.

El miedo al fracaso

Muchos terapeutas, frente a una persona con ideación suicida fantasean con la idea de que ellos pueden “salvarlo”, lograr que encuentre el rumbo de su vida, que cambie de actitud o que al menos abandone esos pensamientos auto-destructivos. Este pensamiento, en apariencia tan noble, esconde la semilla de la omnipotencia; y en realidad es peligroso, porque implica que quien tiene el poder de salvar, si no lo hace, es por negligencia. La realidad es otra: cuando un paciente con ideación suicida o fantasías de muerte se recupera, el mérito es suyo. Nosotros podemos acompañar y alcanzar las herramientas, pero él o ella hacen el verdadero trabajo. Esto no significa que nuestra tarea no sea importante, en ocasiones puede ser vital, pero si aceptamos que es el paciente el que tiene la capacidad de “salvarse” y a nosotros nos corresponde asistirlo, podremos ver también que no somos completamente responsables de los resultados. Nuestra responsabilidad profesional consiste en dar en esa asistencia todo lo humanamente posible, el resto será responsabilidad del paciente. Solo de ese lugar de humildad, en que nos sabemos limitados y falibles la asistencia efectiva es posible.

El cuidado del que cuida

Las personas con ideación suicida no quieren morir, muy por el contrario luchan contra sus propios pensamientos y con emociones devastadoras. El acompañamiento de un terapeuta puede tener una importancia vital para ellas, sin embargo, habrá momentos en que la negatividad pareciera imponerse y arrastrar no solo al paciente sino también al terapeuta. Asistir a una persona con esta condición puede llegar a ser cansador y frustrante. Es importante que el terapeuta conserve el optimismo, aún frente a las recaídas del paciente, no solo por el bien del paciente sino también del propio. Para ello es necesario que los casos más difíciles se traten con el apoyo de un equipo profesional o bien con supervisiones periódicas.

El suicidio es un fenómeno con raíces sociales y su prevención debe ser encarada siempre desde el apoyo del tejido social. Aún en la intimidad del consultorio y respetando el compromiso de confidencialidad, el profesional debe sentir que no está solo frente al paciente. Para ello también está disponible nuestra Línea de Prevención del Suicidio.

Con todo esto, la tarea de asistir a otros para encontrar sentido en sus propias vidas es un oficio maravilloso, que no está libre de frustraciones y sinsabores, pero que a menudo devuelve esa satisfacción profunda de haber podido ayudar.

Ver también:

Mitos sobre el Suicidio

Curso de Introduccíon a la suicidología para profesionales

bottom of page